En los últimos años la cantidad de comunicación publicitaria en la que juegan un papel protagónico los niños se ha incrementado. ¿Por qué preocuparnos por la cantidad de publicidad infantil? Porque la publicidad influye en los niños más de lo que podemos imaginar. El año pasado, un grupo de investigadores estudió las preferencias alimenticias de 63 niños californianos de tres a cinco años de edad. A los pequeños se les ofrecieron dos grupos de alimentos exactamente iguales, la única diferencia era que unos estaban envueltos con la marca McDonald’s. Cuando se les preguntó cuáles les gustaban, más del 50% señaló los del logotipo de la cadena mundial de comida rápida.

Hoy, son muchos los anunciantes que se valen de los niños para anunciar sus productos. Según un estudio presentado en el último Congreso de la Asociación Española de Pediatría, un tercio de los anuncios emitidos por televisión cuenta con la presencia de menores de edad, aunque en la mitad la presencia no se justifica al no ser ni consumidores del producto o servicio anunciado, ni destinatarios del mensaje. La imagen infantil se asocia a ONG (31,3%), sociedad (21,1%), política (8,7%) y viajes (4,9%), llegándose a multiplicar las cifras cuando el mensaje llega por la televisión. Este protagonismo en el aumento en la publicidad de la imagen infantil se debe, entre otras causas, “al papel como compradores y consumidores debido al incremento del gasto familiar referido a los hijos, así como al incremento de la capacidad adquisitiva de los menores”. También, tiene mucho que ver con “la creciente influencia de los niños sobre el consumo familiar, y, por último, al interés de incorporar cuanto antes a los niños a la actual sociedad de consumo”.

Pero más allá de la comunicación tradicional las marcas han encontrado en los niños una manera entretenida de atraer consumidores al diseñar estrategias que no se anuncian con publicidad en medios tradicionales, se valen de acciones que ofrecen beneficios emocionales al consumidor convirtiéndose en el camino perfecto para establecer un verdadero vínculo entre la marca y el consumidor. Por ejemplo, el Club Med, complejo turístico de talla mundial, ofrece mediante el beneficio del Kids Club´s la posibilidad a los padres de dejar a los hijos en estos programas mientras se hospedan. Pero este programa de fidelidad no es percibido como guardería sino como sitio en el que los niños adquieren habilidades y viven experiencias distintas, como aprender a hacer trucos de circo. De esta manera se minimiza en los socios de esta cadena el sentido de culpa por dejar a los hijos en una guardería en la que se divierten y los padres sienten que están haciendo bien, porque creen que los niños aprenden mientras tienen un poco de tiempo en pareja.

La conexión emocional construye la confianza que lleva a la fidelización del cliente. Con una conexión firme, los consumidores serán menos propensos a abandonar la marca, porque saben que pueden contar con ella. Esto lo demuestra una investigación de JRS Consulting en la que se descubrió la reacción ante los beneficios emocionales de productos o servicios. De esta forma se recomienda pensar menos en lo que se hace en las fábricas y más en lo que quieren los consumidores.