Cuántos de los lectores: emprendedores, empresarios, estudiantes, han pasado por aulas, seminarios, conferencias o páginas de un libro, en las que el común denominador, es trazar una línea de tiempo con una diversidad de curvas para explicar el ciclo de vida del producto dividido en cuatro etapas: introducción, crecimiento, madurez y declinación, y dependiendo del sector esa curva cambia radicalmente.

Esta realidad empresarial podría homologarse con la vida de un ser humano: nace, crece, se reproduce (ahora, algunos) y muere (eso sí, todos) y durante la vida, algunas etapas se alargan más que otras, en fin, presentan muchas similitudes corporativas, pues, dependiendo de los recursos, adaptación al cambio, estrategia y metas personales se van logrando las metas en cada etapa.

Sin embargo, quienes explican este concepto están vendiendo un ciclo de vida en el que la empresa empieza a existir el día cero de la etapa de introducción. ¡Grave error! es como llegar a concluir que una persona empieza a existir, el día que nace, y no, una persona, empieza a existir el día en que sus progenitores desearon un bebe, inclusive, se atrevían a ponerle nombre, y de ahí en adelante, con rigurosidad asistieron a médico, se hicieron los exámenes respectivos, se prepararon y hasta compraron algunas cosas para que una vez lo tuvieran en sus brazos, todo estuviera listo para iniciar su nueva vida, fuera de la comodidad y protección del vientre materno.

¿Y eso no es lo mismo que le pasa a una empresa? Empieza a existir mucho antes de la apertura del local o de las ventas por redes sociales. Existe el día que se identificó una oportunidad de negocio, y de ahí en adelante, la planificación, disciplina, y pasión mostraron el camino para que el día cero, el de la inauguración o de la etapa de introducción, todo estuviera listo para enfrentar la demanda, el mercado y las necesidades de los clientes, lógicamente, generando la rentabilidad esperada desde que se concibió la empresa.

Creo que por culpa de esta errática e incompleta teoría es que mucha gente dice “hagámosle” luego de que en una reunión de amigos, acompañados de unos tragos, se animaron a montar un negocio; uno pone el capital, otro la mano de obra, el hermano ayuda, la novia aporta, la mama atiende las llamadas, eso sí, todos con la mejor intensión pero sin un rumbo claro. Curiosamente, eso que pasa en el ámbito empresarial, también pasa en la vida real, ¿Cuánta gente ha sido fruto de una noche loca? Una noche en la que unos meses después nos saben qué hacer. Así que si queremos personas y empresas exitosas, empecemos por trabajar en esa etapa de concepción definiendo el “core”, el segmento de mercado y la logística que permita que el primer día inicien con pie derecho.