Durante años las empresas han buscado ejecutar tareas que los hagan más productivos y realizan inversiones en máquinas, equipos, tecnología e instalaciones que les permita liderar el mercado y ser más rentables. Pero, últimamente, se han empezado a interesar en la satisfacción de los clientes para lograr su tan anhelada preferencia y favor de compra. A pesar de ese interés convertido en una tendencia mundial aún existen organizaciones que se dedican a medir desde cuántos minutos permanece el trabajador sentado o en pie, si se levantó o no, cuánto vendió y cuánto ahorro enfocándose sólo en medir elementos que puedan garantizar las utilidades del negocio. Además, para aportar a este jurásico esquema los procesos de selección aún toman como factor fundamental para contratar un candidato el conocimiento sobre la tarea pretendiendo que contribuya a incrementar la productividad.

El interrogante que surge de este proceso que aún se sigue utilizando es ¿de qué sirve contratar ingenieros, abogados, administradores, contadores, médicos o cualquier otro profesional si no son “personas”? Es como si la especialidad hiciera que ese profesional se alejara de la realidad y tomara la genética de nuestra clase política que le encanta andar en una camioneta para estar 20 centímetros por encima de los demás. ¿No se supone que entre más títulos, abolengos y hasta dinero tenga la gente debería ser más persona? Por eso, no es raro que en algunos cargos existan personajes que aprovechan su posición para humillar, explotar y hasta hacer comentarios malintencionados.

Sin embargo, no todo puede ser malo y algunas empresas evolucionaron y superaron la edad de piedra para crecer a la par del mercado. Casualmente, conocí una empresa donde ese contrato solo se firman después de un exhaustivo y objetivo proceso de selección de “personas” con sueños, aspiraciones, metas, pero sobre todo, con el deseo de progresar y seguir creciendo, independientemente, de su profesión o especialidad y luego de legalizar la formalidad laboral se inicia un contrato sicológico en el que el trabajador transpira la pasión por su trabajo y la empresa trasmitiendo esa energía a todo el que visita sus instalaciones.

La pregunta es ¿y usted que contrato tiene? ¿Uno que lo hace ser una herramienta de trabajo al servicio de los intereses de una corporación o un evangelizador de la marca de su compañía en la sociedad? ¿Uno que simplemente cumple con un horario o uno que en medio de su pasión por progresar olvida hasta el horario? ¿Uno que hace lo que le toca o uno que aporta ideas a un equipo que carece de protagonistas? Estos son algunos cuestionamientos de ese contrato que usted firmó hace años y que quizás por comodidad usted ya está decidido a resignarse y finalizar su vida laboral.

Para finalizar quizás el responsable de ese contrato no sea la empresa sino su manera de pensar y para eso Mercadeo al día le deja esta reflexión: Había una vez un rey que compró dos halcones para que un cuidador los entrenara. Pero, uno de ellos se posó en una rama y de ahí nunca se movió. El otro aprendió a volar y a cazar. El rey propuso a la comunidad que la persona que hiciera volar al halcón que se quedó en la rama ganaría un premio. Muchos se presentaron pero ninguno lo logró, solo un campesino. El rey asombrado lo llamó y le preguntó qué magia había utilizado y el aldeano respondió “lo único que hice fue cortar la rama y el ave extendió sus alas para volar”. Por eso, lo invito a pensar si cuenta con un contrato sociológico y si lo tiene es porque usted vibra cada vez que entra a ese lugar y sino es porque usted ya se resignó y preferirá por años quedarse en la rama. Si desea hacer un comentario a este artículo por favor haga click en el icono “comentarios”. Gracias