¿Qué pasaría si una marca como Ford siguiera produciendo su modelo T, o independientemente del modelo, lo siguiera fabricando pintado del color del que su dueño consideraba era el único apropiado para un vehículo y promoviera las ventas con la frase “Cualquier persona podrá tener un Ford, siempre y cuando, sea negro”?. ¿O, qué tal que Microsoft se hubiera quedado en la época del Windows 95? Son tantos los cambios empresariales que se han dado que todos van ligados a la satisfacción del consumidor, por eso, esa estrategia que durante mucho tiempo se usó de bueno, bonito y barato hoy no aplica con la misma contundencia como hace más de 10 años.
Todas las profesiones en todas las disciplinas deben mantener esa constante actualización que les permita evolucionar a la par de las empresas y al compás del mercado, pues, esta evolución es sinónimo de cambio y el que no cambie el ritmo que cambia el cambio con seguridad el cambio lo cambiará. Seguramente, en esa transición muchos profesionales, empresas y marcas desaparecerán buscando pasar de la transacción a la relación, de la compra a la fidelidad, de buscar llenarse el bolsillo a ganarse la mente y el corazón, y sobre todo, en dejar de pensar en ganar dinero para generar felicidad a los consumidores. Curiosamente ganarse el corazón de un cliente o hacerlo feliz aún no es la premisa general así hayan empresas que “le están poniendo el alma”, o quieran poner “arriba ese animo” o consideren que “las mejores cosas de la vida toman tiempo”.
Hoy, la esencia de los negocios va más allá de ganar dinero. La verdadera razón de ser de cualquier marca se centra en dos conceptos: la satisfacción y la felicidad de los compradores. La primera es algo que busca el comprador y la segunda es lo que ha alcanzado luego de adquirir el producto o servicio. Con la satisfacción podemos lograr una alto índice de fidelidad y, con la felicidad, el tan anhelado boca a boca y miles de blogueros hablando bien, haciendo recomendaciones y convirtiéndose en misioneros de las marcas.