No es raro encontrar en el ámbito empresarial características relacionadas con la manera de actuar de una organización que le permiten a la gente y a los empleados sentirse a gusto o no con el estilo de proceder. Es como si recordáramos el nombre de una marca de automóviles y de inmediato la mente procesara innumerables calificativos positivos o negativos sobre ese vehículo. Igual pasa con los seres humanos, pues, con seguridad, recuerda al compañero de colegio que siempre llegaba tarde, o hacía copia, o sacaba buenas calificaciones, y pasado el tiempo, se lo encuentra, y de inmediato viene a la mente la imagen guardada años atrás.

Hoy, las empresas deben cuidar esa imagen que la gente percibe. Sin embargo, algunas permanecen año tras año estáticas y el único sinónimo posible para relacionarlas es que son un dinosaurio rígido, apático y quedado en el pasado, donde el trabajo se hacen como diga el dueño, quien con seguridad era el líder en un mercado dónde no había competencia, dándose el lujo y el gusto de poner las reglas del juego a su antojo, y donde el comprador o se sometía o se sometía a los caprichos del negocio. Esas mismas empresas son las que hoy están en el mismo local, las que evitan “gastar” una moneda para ofrecer un mejor servicio, calidad o comodidad al comprador, porque a lo mejor podrían bajar los ingresos. Son las empresas donde, a pesar del tamaño y de contar con un número apreciable de empleados capacitados conocedores del oficio y de áreas definidas en un organigrama, toman decisiones como si estuvieran administrando los recursos de la casa o como si la casa fuera el ejemplo para manejar la empresa. Esto sucede porque, desafortunadamente, en esas empresas los dueños creen que son los únicos que piensan, y acatar las sugerencias de los empleados sería como perder la importancia en las estructura jerárquica, y para terminar gritan a la gente, preferiblemente, delante del público; escasamente invierten en capacitación, y eso a regañadientes, y siempre tratan de que otra persona atienda a los clientes para no perder el estatus de propietario.

De esas empresas tipo dinosaurio hay una gran cantidad, y poco a poco la ley de la supervivencia de las especies hará su trabajo e irán desapareciendo, aunque los propietarios no lo crean. Además, las empresas jóvenes, o que se atrevieron a cambiar, están fundamentando la actuación en construir un futuro en el pensamiento de Peter Senge, donde el aprendizaje juega un papel primordial a la hora de alcanzar buenos resultados. Por eso, estas empresas, donde la participación de todo el personal es parte de los cimientos de la organización, son las que lograrán el favor de la gente y tendrán la habilidad de adaptarse no solo a los cambios del entorno y de los consumidores sino que podrán enfrentar los constantes ataques de la competencia que buscará robarse la lealtad que han construido con los clientes. Las empresas delfín están conformadas por gente apasionada por lo que hacen a diario, gente que no trabaja, solamente, hace lo que le gusta y por hacerlo le pagan. Son compañías que no son dirigidas por dioses místicos o seres de otro planeta poseídos por la sabiduría, son personas que tienen la habilidad de escuchar y observar, pero, ante todo, son personas que no escatiman en esfuerzos físicos, tecnológicos, económicos y hasta humanos con tal de hacer las cosas bien para agradar a los compradores. Son dueños, gerentes, administradores o jefes que no temen perder el control, que confían en la gente, que no temen que la gente que los rodea tenga mejores habilidades en algunos aspectos que en otros, y, sobre todo, no necesitan ejercer la más minuciosa supervisión para que se hagan bien las cosas.

Para terminar, le propongo que enfrente en porcentajes cuál es el tipo de empresa que usted más conoce, que más abunda y que, desafortunadamente, sobrevive. Luego del análisis ponga su “granito de arena” para que la teoría formulada por Darwin se haga realidad y queden en el mercado solo los mejores.