Discurso del ex presidente de Bancolombia, Carlos Raúl Yepes, en el acto de graduación de la Universidad Icesi en agosto de 2016.

En Washington, hace 53 años, en agosto 28 de 1963, ante 250.000 personas, precisamente por esta época, Martin Luther King pronunció un memorable discurso, hermoso, potente, lleno de emoción.  Creo que todos lo conocemos y que quedó para la posterioridad bajo el título: Yo tengo un Sueño. 

Hoy, también nosotros tenemos, no un sueño, sino muchos sueños. Y eso es precisamente lo que deseo compartir, por el honor que me concede el Rector Francisco Piedrahita de estar con Ustedes, con sus padres, familiares, amigos, profesores y directivos del ICESI.  Con todas esas personas que han marcado y rodeado sus vidas.  Ese gran paso que hoy dan, de ser estudiantes a ser profesionales o especialistas, deberá estar marcado por un entendimiento de ese nuevo entorno que se avecina, por lo que esperamos de nosotros mismos, por lo que espera nuestra familia y por lo que espera nuestra sociedad de cada una de nuestras acciones.

Debemos darnos la oportunidad de soñar con un país donde todos tengamos las mismas oportunidades.  Un mundo lleno de oportunidades, donde haya espacio para todos.  Nuestra naturaleza excluyente, nos ha llevado a reservar los privilegios y las cosas importantes sólo para algunos.  Sueño con ese país donde todos quepamos, donde la esperanza de ser mejor persona se pueda cumplir.

Un país donde se respete la dignidad humana.  La dignidad humana es inviolable, se nos olvidó reconocer al otro, se nos olvidó que hacemos parte de una sociedad y que cada vez transitamos más por el camino del egoísmo, mucho individuo y poco colectivo, mucho yo y poco nosotros, no nos concebimos como seres sociales.  Cuándo dejamos de pensar  en los demás, para sólo pensar en nosotros mismos?. Cómo sería de diferente la vida, si en nuestras acciones, al menos tuviéramos presente el concepto de dignidad, de respeto y consideración por el otro, de ponernos en sus zapatos y caminar con él. 

Desafortunadamente, ya muchas veces en la vida, lo que menos hacemos los seres humanos es ser humanos. Tenemos que ser capaces de volver a ser humanos, porque de esto depende nuestra perdurabilidad. Como no poder soñar con un país donde los niños puedan ser felices, sean respetados, sean amados, que tengan esperanza.  Como no soñar con el futuro de nuestro país.  Hoy los niños son víctimas de la sociedad, de un entorno que los amenaza y no los protege, la familia se desmorona, la violencia intrafamiliar está al acecho, como al acecho están el narcotráfico, la prostitución y la pornografía infantil. 

Tenemos que recuperar los espacios para el amor, la formación, el desarrollo físico, la nutrición y el afecto hacia nuestros niños. Sueño con un país donde los ciudadanos quieran su país, su sociedad, sus comunidades; que ejerzan sus derechos de manera libre, responsable e informada.  Donde los ciudadanos tengan conciencia social, que sean capaces de vivir y convivir en paz y de pensar en interés general, que respeten las autoridades y sus autoridades los respeten.  Ciudadanos con un profundo sentido de pertenencia y respeto por lo público, que con su actuar responsable fortalezcan sus instituciones, que se unan en las búsqueda del bien común, de lo que es bueno para todos. Sueño con un país donde antes que técnicos especialistas, estemos formando personas con un alto compromiso ético, que sepan diferenciar entre lo que está bien hecho y lo que no lo está.  Que sean seres sensibles, y, tal vez, como diría Mercedes Sosa en su canción, que lo injusto no les sea indiferente. 

Buscamos personas y profesionales que asuman sus retos, obligaciones y triunfos, con sincera humildad y sencillez en todo su actuar, que sean innovadores y creativos, que tengan pensamiento global, comprometidos con todo lo que hacen dentro y fuera del trabajo, queremos buenos ciudadanos que se sientan parte de una sociedad que los necesita y que desea que sean constructores de un mejor futuro.  Necesitamos personas formadas en valores, que sean capaces de trabajar en equipo, que estén comprometidas con sus metas en su vida personal, profesional y espiritual.

Deseamos seres auténticos, que expresen sus ideas y se comporten con altura, que sean disciplinados, persistentes, inquietos y por encima de todo, que sean personas capaces de pensar y amar genuinamente en los demás. Sueño con un país donde haya justicia social, equidad social, inclusión social.  Recuerdo mi primera entrevista, donde me preguntaban por la estrategia, los planes de crecimiento y la rentabilidad proyectada de la empresa donde trabajaba. Eso me llevó a reflexionar sobre nuestro verdadero papel en la sociedad. Pensé, que desde nuestro mundo empresarial no solo somos actores económicos sino que somos actores sociales, tenemos que hacer activismo social, tenemos que sacudirnos de ese deshonroso liderazgo en desigualdad, movilizarnos con toda nuestra capacidad para cerrar las brechas de la inequidad y la exclusión social tan arraigadas en nuestra sociedad. 

No podemos desconocer la injusticia social, ni ignorarla y menos, ser indiferentes a ella.  No más ayer leía al premio nobel de economía Joseph Stiglitz, quien nos decía que la desigualdad es la mayor amenaza para la prosperidad, que no es inevitable, ni que tampoco es consecuencia de las leyes inexorables de la economía.  Simplemente es cuestión de políticas y estrategias. Por qué no soñar con un país donde la integridad sea la regla, el respeto por el otro, por los demás, donde podamos alzar nuestra voz y decir: basta ya!, no más.  No más cultura del vivo, del tramposo o del avispado.  Hemos perdido en solvencia moral y en integridad.  Cada vez hacemos más alarde de nuestra cultura traqueta donde nos hicieron creer que en la vida el dinero se consigue fácil, rápido y bastante.  Pero no es así.  Las verdaderas cosas de la vida, las que perduran, no son ni fáciles, ni rápidas ni bastantes. 

Tenemos que ser capaces de reivindicar los valores en la vida, integrarlos a nuestros comportamientos y a nuestras decisiones, para que vuelvan a florecer el respeto, la confianza, la integridad, la solidaridad.  Andar caminando por la vida, por sus atajos, para alcanzar nuestras metas nos seguirá haciendo vulnerables, anclados al subdesarrollo por la corrupción. Narcotráfico y corrupción son dos hermanitas que suben y bajan las escaleras de la vida cogidas de la mano, se pasean juntas.  Por ello, todos somos responsables de no ignorarlas, de rechazarlas, de evitarlas, de decirles hasta aquí llegaron. Sueño con un país donde cada uno de nosotros sienta que puede ser más para servir mejor.  Donde podamos ser mejores personas, mejores hijos, más buenos padres o madres, más buenos esposos o esposas, ser más en nuestro trabajo, ser más en nuestra sociedad. 

Hablamos de ser más humanos en nuestro trato, en el respeto, en el aprecio y en la consideración hacia los demás.  Esta es la esencia de la vida y de todos y cada uno de nosotros, ser más para los demás.  Que cada día sea una reflexión constante para  revisar lo que hicimos y lo que dejamos de hacer por nosotros, nuestra familia y nuestra sociedad. Ser más no tendría ninguna lógica ni sentido alguno si no es para servir mejor.  No hemos venido a este mundo para recibir sino para dar, no estamos aquí para que nos sirvan sino para servir. No hay mayor satisfacción en nuestro tránsito por la vida que poder servir, saber que podemos ayudar a todas y cada una de las personas que están a nuestro alrededor y en las que podemos dejar huella: un buen consejo, una mano extendida, una sonrisa, una palabra de aliento, tantas manifestaciones de aprecio que podemos revelar en cada  una de nuestras actuaciones. Porque la experiencia de servir y hacer felices a los demás no tiene precio. Muchas veces nos pasa desapercibido, pero hay algo que está detrás de todo lo que hacemos, me refiero a las decisiones en la vida, a nuestra capacidad y necesidad de decidir y de hacerlo con libertad y con responsabilidad.

Sueño con un país donde nosotros mismos, con nuestras decisiones y nuestras posiciones, seamos los que determinemos el rumbo, el camino a recorrer, a dónde queremos llegar en este viaje de la vida. Recuerdo hace muchos años, al Padre Mario Mejía Llano, rector de mi colegio San Ignacio de Loyola, quien nos entregó un gran regalo de vida con su discurso y su mensaje a los bachilleres.  Nos despidió con un gran legado como educador y pensador, allí, nos pedía que “soplase el viento que soplase, ante la vida teníamos que tener posiciones firmes, incontrovertibles, inamovibles, definidas, en un mundo donde había que sembrar la semilla de una justicia estructural con anhelos de un orden social más justo y más humano”. Esas posiciones firmes se basan en nuestros valores, nuestros valores determinan nuestra ética y nuestra ética se refleja en nuestras decisiones. Ese saber decidir y ese saber elegir estarán presentes en nosotros a cada momento.

La respuesta de lo que queremos y debemos hacer, siempre estará en nosotros mismos, en nuestro interior, en esa poderosa vos que ruge con fuerza y determinación desde adentro. Ignacio de Loyola nos enseña, frente al arte de decidir, que al hacerlo debemos estar tranquilos y sosegados, nunca las decisiones importantes, deben tomarse en momentos de perturbación, de intranquilidad o desasosiego.  Es más, esas decisiones hay que tomarlas en momentos de serenidad, de confianza, de esperanza e inspiración. En momentos diferentes.  Nunca los libros, ni la tecnología ni nada, reemplazará nuestro buen criterio, nuestro juicio y nuestra voz interior. Pero esas decisiones deben tener contenidos y elementos que las diferencien unas de otras y esto.  Esas diferencias solo dependen de nuestra escala de valores.  

Tenemos que crear valor y sentido para nuestras vidas y para nuestra sociedad a través de los valores.  Quisiera hacer una sencilla propuesta.  Por qué no construimos y creamos, de manera explícita, lo que consideramos que debe ser nuestro propio diccionario de valores para la vida.  Que sea un diccionario básico, corto, que se enriquezca permanentemente con el conocimiento que vamos adquiriendo y las experiencias que vamos viviendo.  Escribamos las palabras que le dan sentido a nuestras vidas para que ellas estén presentes siempre en todas y cada una de las decisiones que debemos tomar. Ese diccionario, que es real, que no es imaginario, seguramente podríamos elaborarlo con infinidad de palabras, de valores, de menciones. Escojamos, pensemos en aquellas que más nos identifiquen.  Ojala en ese diccionario estén la integridad, la solidaridad, el amor por la tierra y la familia.

Tengo el convencimiento pleno de que todo lo que hacemos y decimos llega a los demás y se irradia a otros como enseñanzas que a veces nosotros mismos ignoramos. Por ello tenemos que ser capaces de trasladar nuestros valores a la vida cotidiana, con el fin de que cada acción nuestra logre transformar el entorno.  En estos días, una amiga me decía, Carlos, sabes que tienes un cargo que le cambia la vida a la gente?.  Y es verdad, todos y cada uno de nosotros no solo tiene ese cargo, sino también el encargo de hacerlo. Tenemos que ser capaces de llevar nuestros valores al trabajo, que cada acción nuestra logre transformar el entorno.  Precisamente por reconocernos como agentes del cambio, es que tenemos un desafío superior. Debemos saber escuchar nuestra voz interior, esa potente voz interior que tanto nos dice, reconocer esa fuerza interior, porque cuando creemos que estamos solos, no lo estamos, estamos con la mejor compañía, estamos con nosotros mismos, en un reencuentro mágico. Existen ciertos valores sociales que no deberíamos eludir, valores que es preciso ponderar, los cuales deben permanecer firmes en nuestra esencia, pues como personas y como servidores somos siempre espejo y cristal para los que nos rodean: entre otros, respetar la dignidad de las personas, ser honestos, actuar con responsabilidad, comprometernos con la equidad y la justicia, cuidar el medio ambiente y humanizar el mundo mediante el servicio.

No me cansaré de insistir que como líderes de la sociedad, y cada uno de nosotros lo es, debemos dejar de lado los pecados materialistas de la arrogancia, la soberbia, la exclusión, la mediocridad y muy por el contrario, debemos ser capaces de asumir un liderazgo para la felicidad, un liderazgo que sea capaz de generar riqueza, de crear valor a través de los valores, para el rescate de nuestro patrimonio moral, el único que tiene sentido desear, perseguir y alcanzar. Al final, cuando pongamos el retrovisor a nuestras vidas, debemos sentirnos satisfechos por el deber cumplido, porque fuimos capaces de construir y armonizar nuestras vidas en procura de una sociedad mejor. Porque desde el principio tuvimos una visión, nos comprometimos con ella y la cumplimos. Sueño con una vida con propósito donde seamos capaces de pararnos a pensar, de hacernos las preguntas correctas y de respondernos correctamente.

Un alto en el camino para que no seamos automáticos sino mecánicos, disfrutemos los placeres simples de la vida, una búsqueda permanente de lo simple. Hace unos días, una amiga y compañera de la Universidad me envió un lindo fragmento de un comediante americano, ya fallecido, llamado George Carlin, que tituló “La paradoja de nuestro tiempo” y que por su profundidad, por estimularnos a parar un segundo y ser conscientes en la búsqueda de una vida con propósito, es quiero compartir uno de sus apartes que más me impresionó: “En la vida, en la historia es que tenemos edificios más altos pero temperamentos más cortos, autopistas más anchas, pero puntos de vista más estrechos. 

Gastamos más pero tenemos menos, compramos más, pero gozamos menos.  Tenemos casas más grandes y familias más pequeñas, más conveniencias, pero menos tiempo.  

Tenemos más grados pero menos sentido; más conocimiento, pero menos juicio; más expertos, sin embargo más problemas, más medicina, pero menos bienestar.

Bebemos demasiado, fumamos demasiado, gastamos muy imprudentemente, reímos muy poco, manejamos demasiado rápido, nos ponemos demasiado irritados, nos quedamos hasta muy tarde en la noche, nos levantamos demasiado cansados, leemos muy poco, miramos demasiada TV, y rezamos muy rara vez.  

Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero reducido nuestros valores.  Hablamos demasiado, amamos a veces y odiamos muy a menudo.

Hemos aprendido cómo ganarnos la vida, pero no cómo hacer una vida.  Hemos adicionado años a la vida pero no vida a los años. 

Hemos logrado ir y volver de la luna, pero tenemos problema para cruzar la calle para conocer a un nuevo vecino.  

Hemos conquistado el espacio exterior pero no el espacio interior.  Hemos hecho grandes cosas, pero no mejores cosas.” 

Vale la pena hacer un alto en el camino y pararnos a pensar sobre lo que realmente es importante en la vida, de ser capaces de volver real la posibilidad de trascender, de no ser conformistas, de ir más allá de nuestras responsabilidades.

No podemos ser uno más. Debemos ser artífices y participes de una transformación, pero no de cualquier transformación, sino de una transformación trascendente de nosotros mismos y también de nuestra sociedad.

Tenemos en este camino por recorrer, un desafío superior con el cual nos debemos comprometer. Finalmente, no puedo dejar de aprovechar esta oportunidad y referirme ante este distinguido auditorio, a la paz, a nuestra anhelada paz. A nuestro sueño colectivo de paz. Si no tenemos una agenda y un propósito común para parar la guerra, se continuará ahondando en la deshumanización de nuestro país. 

Seguiremos por ese despeñadero.  Lo que sigue no es el postconflicto sino la creación y transformación del país que queremos sin que continúe esta ya larga guerra fratricida.  Para detener el conflicto es necesario un proceso de reconciliación, de arrepentimiento y de perdón.  Hay que sanar las heridas, pero para lograrlo primero hay que tener paz interior para ser capaces de alcanzar la paz de todos y para todos. ¿Acaso la búsqueda de la paz no debe hacer parte de una agenda individual y común.  En la democracia colombiana si algo nos hace falta es mayor compromiso con las ideas, las iniciativas y el acompañamiento a las políticas públicas.  No dejemos que nos impongan la guerra, propongamos nosotros la paz. 

Hay que buscar lo que nos une y no lo que nos separa, hay que tener voluntad, juntar voluntades, actuar con decisión de cara a la construcción de una paz duradera y estable. La paz es el bien más preciado de una sociedad, representa la salud de toda una nación.  Qué bueno sería que en lo más profundo de nuestro ser, nos preguntáramos y nos respondiéramos con sinceridad: ¿Qué he hecho, que estoy haciendo yo por la paz?.  No esperemos que termine el conflicto para empezar a construir el país que todos nos soñamos, empecemos desde ya, hagamos parte de la solución. Pero esa solución no será posible, sino está unida, íntimamente ligada, a algo que le da fuerza y vigor a nuestro sueño, y eso no es nada distinto al valor de la confianza.

 

La confianza es la base de toda relación, no podemos avanzar y crecer sin confianza.  Qué nos hace falta para confiar?, porque desconfiamos de todo lo que hacen los demás?, Arturo Graf, ya lo decía: “desconfiar instintivamente de todo y de todos, no es acaso un signo patente de debilidad”?.  Por qué no aceptamos las diferencias, por qué pretendemos solucionar nuestros problemas a gritos, descalificando, insultando, exigiendo, demandando?  Por qué no confiamos en lo que tenemos y hacemos?, en el talento de las personas y en la capacidad de nuestros líderes y autoridades?.  No dejemos que una crisis de confianza y de credibilidad den al traste con nuestras ilusiones.   Si cambiamos el lenguaje, cambiaremos la realidad. 

Mejor luchemos para que exista una verdadera y sincera confianza.  Porque donde existe confianza, habrá armonía, habrá convivencia y habrá aliento para obtener nuestras metas comunes. Sabemos que tenemos profundas y estructurales dificultades en nuestro país, pero también es cierto que hacemos parte de esa Colombia trabajadora, entusiasta, comprometida, a la que le entregamos nuestra inteligencia, nuestra visión de futuro y nuestra vida.  Son esas personas las que están, día a día, luchando por una sociedad mejor, las que personifican la pujanza y el esfuerzo de nuestro país.  Todos ellos representan la confianza en Colombia y en los colombianos, en sus instituciones, en lo que deseamos y aspiramos ser como Nación.

Hoy invito con optimismo, a que nos reconozcamos, sintiéndonos parte de una sociedad que sueña y anhela la paz, que estamos frente a una Era de Posibilidades, una era donde seremos capaces de realizar nuestros sueños y los sueños de los demás. Esas posibilidades no son nada diferente que desatrasarnos de un pasado que nos ha marcado por la violencia, el narcotráfico, la corrupción, la injusticia social y la desigualdad, de ser capaces de rescatar el concepto de lo ético para todas nuestras actuaciones en la vida, la posibilidad de ser más, para que cada día que pase nos llene de ilusiones en la búsqueda del progreso individual y colectivo, pero con un fin, servir mejor. 

Pongámonos de acuerdo en lo fundamental, porque ahora sí que lo necesitamos. Un ex – jesuita, banquero de inversión del J.P Morgan, llamado Chris Lowney, decía: “Nuestras decisiones son el único puente entre el sitio en el que nos hallamos ahora y el puerto al cual queremos llegar.  Lo que escojamos hacer, es el único camino entre la civilización que hemos heredado y la civilización que aspiramos a crear.  Escojamos sabiamente.”

Muchas gracias.