Apasionarse con la innovación no solo reta la mente para que sea más creativa sino que pone en riesgo el statu quo de los ejecutivos que toman decisiones, enfrentándolos a escenarios desconocidos, terrenos inhóspitos e ideas, disruptivas, que en la mayoría de las ocasiones son descartadas, bloqueadas o cuestionadas, limitando la capacidad innovadora de una organización, lo que genera que se rezague de un mercado que evoluciona exponencialmente todos los días.

Ahora, si la propuesta, luego de varios intentos, justificaciones y oraciones, logra dársele viabilidad, muchas miradas van a estar a la expectativa de los resultados, y, hay de que no se logre lo propuesto, pobre del que se atrevió a asumir la responsabilidad, pues, sobre él cae todo el peso de los cuestionamientos logrando que para la próxima, nadie se atreva a proponer algo diferente.

Gracias al aprendizaje acuñado por años de acompañamiento a ejecutivos y marcas he logrado identificar algunos saberes para comprender la razón por la que, se cae en el grave paradigma de castigar las ideas diferentes, e inclusive los errores que ellas generan. La primera razón, es atribuible a nuestra naturaleza humana, pues, nuestro cerebro tiene la maravillosa habilidad de reforzar comportamientos aprendidos, y para ahorrar energía, repite infinidad de patrones cuando se enfrenta a situaciones diferentes, buscando en la memoria redes neuronales que le permitan comprender la idea que le están exponiendo, y dependiendo de esos saberes previos, es más fácil para la persona dar rienda suelta a la ejecución de la misma, o por el contrario, limitar su implementación.

La segunda, hace referencia a la permanencia por mucho tiempo en una organización o en un mismo cargo, pues, llega un momento en que se asume un comportamiento neutro, es algo así como, habituarse a lo mismo, eso que Favol Week denomina, mentalidad fija, en la que los cambios no son para nada interesantes, por eso, nuestro cerebro se comporta como un gran antivirus protegiéndonos de aquellas ideas raras, o nos previene de los errores, logrando, básicamente, que nos anquilosemos corporativamente. Otro autor, el sicólogo, Joy P. Guilford, hace referencia a esta situación con el concepto de pensamiento convergente o divergente, el primero racional y analítico, y el segundo, inquieto por lo nuevo y abierto a experimentar.

Así que no se trata de crear una barrera a las nuevas ideas, e inclusive, castigar el error, se trata de hacer equipo con alguien que tenga otra forma de pensar para lograr de manera equilibrada desarrollar un proyecto, se trata de experimentar con el error, para saber qué podemos aprender y capitalizar ese conocimiento, o cuántas veces, ha escuchado sobre los innumerables intentos que Tomas Alva Edison realizó para que pudiéramos contar con la iluminación, cada error le permitía llegar a otro nivel, hasta que lo logró. El reto es enfrentarse a tareas que no nos gustan para desarrollar más conexiones neuronales, pero, especialmente, de atreverse a enfrentar lo desconocido.