De niño, mi padre solía llevarme a lo que en Colombia llamamos la ciudad de hierro, ese parque de diversiones que no dista mucho de los de Orlando o el de Central Park, en el sentido que en esos mágicos lugares también hay un carrusel que funciona de la misma manera. Se hace fila, subimos a la figura de nuestro interés, esperamos el timbre para iniciar y damos y damos vueltas, hasta que se detiene para bajarnos y fin de la atracción.

Curiosamente, esa atracción mecánica tiene una gran similitud con el mundo corporativo de hoy, pues, cada mañana el timbre que activa la atracción, lo cambiamos por el despertador, encendemos el computador y empezamos a dar vueltas y vueltas no solo entorno al mismo eje, o las mismas actividades, sino en un sube y baja de emociones que nos vuelve simples observadores de un entorno que cambia a una velocidad más rápida que la de la atracción mecánica o de la misma capacidad de respuesta de las empresas. Esta cruda realidad, adicionalmente, está alimentada por el trabajo remoto, que con seguridad, podría ser ejecutado, en parte, por un mecanismo de inteligencia artificial para tener, por fin tiempo, para pensar soluciones creativas a las necesidades de los clientes.

Pero, sin buscar culpables, bajarse de este carrusel costará mucho trabajo, porque ahora estamos disponibles 24/7, olvidando que existe una jornada laboral, y que hay quienes envían correos antes de que salga el sol, y hasta los domingos, con la excusa del trabajo remoto. Hacemos reuniones eternas e innecesarias que podrían resumirse en un correo electrónico, pero se hacen, a lo mejor, para tener la certeza que la gente está ahí haciendo su trabajo. Y eso, sin contar que ahora el empleado, en muchas empresas, paga de su bolsillo el plan de datos, que aumento de valor, para estar conectado y no poner en riesgo su trabajo y muchos, están sentados en el comedor disputándose la velocidad del internet para que en el hogar se hagan desde las tareas de los hijos, hasta las compras de mercado y poder participar de las tediosas reuniones que desbordan la capacidad de su programa de mensajería.

Pensar en ese carrusel, debería incitarnos a tomar la decisión de un alto en el camino para revisar de ese listado de tareas cuáles son las que, verdaderamente, aportan valor al logro de los objetivos. Deberíamos observar esta atracción mecánica como una alerta que nos permita entender que en medio de ese giro interminable las marcas suben y bajan en ventas, poco a poco, volviendo obsoletas, pues, el consumidor está esperando ser sorprendido, pero, desafortunadamente, al ritmo en el que trabajamos y con la calidad de líderes con la que cuentan algunas marcas, esta misión será literalmente imposible.

Arriésguese a tirarse del carrusel, decídalo ahora, si es que en verdad quiere tomar una acción de cambio que beneficie los ingresos de su empresa y la satisfacción del cliente, y una vez ahí abajo apartándose de esas vueltas sin parar, verá cómo cambia su visión y podrá empezar a tomar decisiones más acertadas para el futuro de no solo de la empresa y sus clientes, sino, principalmente de su vida.